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Singladura del Almirante - Julio
En estos momentos, cuando aún celebramos el Bicentenario de las especialidades de Abastecimiento e Infantería de Marina, además de prepararnos para lo que viene en la Escuela Naval y la Escuadra, creo que es un buen momento para reflexionar, aunque sea brevemente, lo que implica que nuestra querida Institución celebre sus doscientos años.
Son pocas las instituciones que se pueden jactar de tener dos siglos de funcionamiento ininterrumpido al servicio de un país, más aún si es un país relativamente joven como es el nuestro. Son pocas las instituciones que pueden decir que durante dos siglos han sido y son parte del alma de un país y que siguen siendo permanentes actores del devenir nacional, transformándose en pilares fundamentales en el desarrollo del mismo y un permanente apoyo en todas las acciones que el país ha emprendido. Son pocas las instituciones que han crecido con el Estado, como parte integral de éste, siendo querida y reconocida por todos sus conciudadanos y con un sólido y evidente prestigio más allá de nuestras fronteras. Porque todo eso ha sido y es la Armada de Chile, así como también quienes tenemos el honor y orgullo de pertenecer a ella. Y eso, sin duda, es lo que nos exige la ciudadanía, que confía plenamente en nuestras capacidades y nuestra vocación de servicio.
A la Marina la hacemos todos, desde el grumete recién ingresado hasta el Almirante que les escribe. Eso lo tenemos que tener más que claro e internalizado. Acá nadie sobra, porque todos somos parte de una enorme maquinaria que nunca se detiene y que debe estar ajustada de manera perfecta siempre. Porque durante dos siglos, y nuevamente reitero que debemos sentirnos orgullosos de ello, hemos sido no sólo exitosos defensores de nuestra soberanía y nuestros amplios espacios marítimos, sino que hemos sido una ayuda insustituible para miles de compatriotas que, en momentos de aflicción, han recibido ayuda desinteresada desde el mar, desde un buque, una lancha o simplemente de un marino anónimo, que en el cumplimiento de su deber, ha tendido una mano hacia el más necesitado.
Durante dos siglos, hemos operado de manera eficiente y segura los medios que el país nos ha entregado. Buques gloriosos han escrito las páginas de nuestra historia naval durante dos siglos, como la corbeta Esmeralda hundida en desigual combate en Iquique; el poderoso acorazado Latorre, imponente y letal buque de combate que fue durante años el más poderoso de este lado del mundo, los silentes submarinos O’Higgins y Carrera, que son la demostración más precisa del reconocido profesionalismo de nuestros submarinistas; los queridos DLG y DLH, además de las fragatas Leander, que por años conformaron la columna vertebral de la Escuadra; los DDG Williams y Riveros, los Fletcher y los Summer, han marcado la historia de nuestro país, junto a las dotaciones que los tripularon. Hoy tenemos el compromiso ineludible de mantener el prestigio que nos antecede, por los próximos doscientos años y para siempre.