Donación de sangre
El Hospital que me salvó la vida
“Previo a mi enfermedad instaba a mis compañeros del Subcentro de Telecomunicaciones Navales Valparaíso a adherirse y ser dadores voluntarios del Banco de Sangre del Hospital Naval. Jamás me imaginé que yo sería uno de los afortunados y beneficiario de esta noble campaña”, cuenta el Suboficial Mayor Ángel Guerra.
En mi vida hay hechos que han marcado un antes y un después, tanto en la parte profesional como también aquellos que han tocado lo más sensible y querido: mi familia.
El 12 de junio de 2015 ingresé al servicio de urgencia del Hospital Naval de Viña del Mar, por un cuadro de enfermedad respiratoria. Debido al cuadro fui internado en el séptimo piso. En esos instantes y debido a como me sentía, pensé que estaría hospitalizado sólo un par de días y posteriormente, me iría a mi hogar con licencia. Pero la vida tenía preparada una experiencia diferente y muy fuerte para mi familia.
Luego de pasar una noche internado en el séptimo piso y debido a complicaciones respiratorias, debí ser ingresado a la UCI del Hospital Naval. Mi estado era de suma gravedad y se me debió inducir un estado de coma.
Debido a que el cuadro se agudizó aún más, el personal de la UCI debió efectuar múltiples procedimientos, aparte del coma inducido, como: diálisis, instalar respirador mecánico, traqueotomía, incluso y a pesar de mi delicado estado, debió tomar la decisión de efectuar una intervención quirúrgica, para efectuar una biopsia. Relatos posteriores obtenidos del personal de la UCI, me señalan que estuve al borde de la muerte, incluso con un 98 % de posibilidades de perder la vida, con mis 49 años de edad, y dejando solas a mi esposa Anita y a mis hijas Paulina y Camila de 17 y 19 años.
Sólo después de 27 días de permanecer en estado de coma y gracias a las atenciones y aciertos del personal de la UCI, mi salud mejoró y salí del estado de coma el 9 de julio. Posteriormente y considerando mi mejoría, fui trasladado al Séptimo Piso Norte. Debido al extenso periodo que estuve postrado en la UCI, mis condiciones motoras y estado físico se deterioraron al máximo, teniendo ahora múltiples incapacidades: no podía hablar, era alimentado por sonda; no era capaz de comer, y cuando lo intentaba hacer me cansaba. No era capaz de sentarme en la cama, menos de caminar. Por lo anterior, comenzaba ahora un extenso trabajo para recuperar mis capacidades motoras que estaban al mínimo.
El trabajo que realizó el equipo de kinesiólogos del Hospital Naval, desde sus cuidados cuando yo estaba en coma en la UCI y posteriormente, durante mi estadía en el Piso Séptimo Norte, con una intensidad adecuada en los ejercicios y con mucho esfuerzo, sudor y lágrimas, permitieron superar poco a poco todas mis incapacidades.
Luego de cinco meses y medio de estar internado y fruto del trabajo y atenciones del personal del Hospital Naval, el 24 de noviembre, fui dado de alta a mi hogar.
Esta experiencia vivida ha dejado, algo más que recuerdos de hechos, sino que ha forjado en mi familia y en mí, sentimientos sólidos e inolvidables de aprecio y cariño hacia todas las personas que participaron de mi recuperación.
Pilar fundamental es mi esposa Anita, que casi queda viuda, y que a pesar de todo, se mantuvo protegiendo su nido familiar, manteniendo su trabajo, cuidándome y alentándome siempre durante este largo periodo.
Mis hijas que me dieron todo su cariño y que, a pesar de todo, sacaron adelante sus estudios. Los pololos de mis hijas Matías y Sebastián, que apoyaron a mis tres mujeres.
A todo el personal del Subcentro que acompañó a mi familia en los momentos más difíciles. A su jefe quien siempre estuvo pendiente de mi estado de salud y apoyando a mi familia. A todas las personas que de una u otra forma se preocuparon de mí y de mi familia. Sentimientos indelebles de cariño quedan en mi familia y mío hacia el Hospital Naval: el personal de la UCI y kinesiólogos. Todos los que me cuidaron en el piso Séptimo Norte, la señora del aseo y de la comida, vayan para todos ellos infinitos agradecimientos por todas sus atenciones.
A veces uno tiene una impresión de algo, pero cuando se viven experiencias fuertes, que le permiten conocer más a fondo aquello, la percepción cambia totalmente. Previo a mi enfermedad instaba a mis compañeros del Subcentro a adherirse y ser dadores voluntarios del Banco de Sangre del Hospital Naval. Jamás me imaginé que yo sería uno de los afortunados y beneficiario de esta noble campaña.
Ahora después de esta experiencia de vida y luego de haber estado por casi medio año en el Hospital Naval, al borde de dejar este mundo, puedo decir que tenemos un personal que da un servicio de hospital de primera, no por todos conocido, y que ante una situación de salud muy crítica, me salvó la vida y me ha permitido, gracias a sus atenciones y a Dios, poder recuperarme, volver a ver sonreír a mi esposa e hijas y disfrutar nuevamente de toda mi familia y de la vida.