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La página del Suboficial Mayor
A mis grandes amores
Han pasado casi 35 años desde el verano de 1981 en el que tuve que viajar temprano a Talcahuano e ir a la Puerta de los Leones, a ver si estaba en la lista de los aceptados en la Escuela de Grumetes. Regresé a mi hogar a la hora del almuerzo y mientras iba en la micro me preparaba para dar la noticia a mi "viejita"; deseaba ver su cara de felicidad, a pesar que sabía que también quedaría triste al ver partir a su hijo.
Al verme, ella solo atinó a saludarme y no hablarme nada más, solo lo hizo cuando me sirvió un humeante y sabroso plato de carbonada. Después de un par de cucharadas, la miré a sus ojos y le di la noticia; ella en su amor de madre, me abrazó, entendiendo que su hijo tendría un buen futuro por delante al ingresar a la Armada.
Tenía tan solo 17 años cuando un domingo de febrero de 1981 dejé mi natal Tomé para ir a mi nueva y gran aventura. Estaba seguro de lo que quería y sabía que no podía flaquear en los "picaderos" ni en los fríos baños de mar que me esperaban.
Mi carrera naval transcurrió efectuando los cursos de especialidad en la querida Escuela de Ingeniería Naval, obteniendo el título de Mecánico Electricista; estuve embarcado en los viejos APD "Uribe" y "Serrano", BMS "Angamos" y PFG "Lynch"; y posteriormente, sintiendo el llamado de las profundidades me fui a cursar la especialidad de submarinos, navegando en los temibles y silenciosos negros "O'brien", "Thomson" y "O'higgins".
Me casé con Mónica, mi novia de juventud, con quien hemos formado una hermosa familia, con dos maravillosos hijos, ambos estudiantes de ingeniería. Ella hace 35 años me fue a dejar a la micro que me trasladó a Talcahuano para comenzar esta extraordinaria aventura; ahora ella me estará esperando cuando pronto cruce por última vez el portalón de la Marina hacia la vida civil.
Pasados los años y después de mi notificación para el grado de Suboficial Mayor, fui a darle la noticia a mi amada esposa, para luego ir a ver a mi madre. Cuando estuve junto a ella, sentado frente a su tumba, derramé un par de lágrimas y le di las gracias por haberme formado en mi niñez y estoy seguro lo orgullosa que ella estaría si aún la tuviera a mi lado.
Ambas mujeres, mi amada esposa y mi madre, son a quienes debo dar las gracias por lo que hoy soy. Mi viejita me dio todo su amor en mi niñez y me formó con todos los valores cristianos. Mi esposa, mi compañera de toda una vida, quien además de amarme de una forma incondicional, ha sabido ser padre y madre y guiar el hogar durante mis ausencias.
No puedo dar una fórmula mágica a mis subalternos para lograr el grado de Suboficial Mayor, solo decirles que deben tener un cariño especial por lo que hacen, entrega profesional y no engañar ni para arriba ni para abajo y quizás uno de los aspectos más importantes es predicar con el ejemplo; es decir, exigir lo que uno fue capaz de realizar y por supuesto, nunca olvidarse que en nuestra carrera aparte de haber firmado un contrato para ingresar a la Armada, también juramos ante Dios y la Bandera.
Ya me encuentro a unas pocas "empanadas" de mi retiro y se me vienen a la memoria aquellos que fueron parte importante en mi formación como marino, entre ellos a mis queridos instructores de la Escuela de Grumetes, quienes fueron forjando mi espíritu a punta de "picaderos" y algunos "cariñitos"; a mis camaradas de embarco, a mis "carretas" con los cuales efectuamos cursos de especialidad. Elegí ser marino y de ello me enorgullezco, pero estoy infinitamente más orgulloso de ser un esposo y padre. En mi memoria quedarán los recuerdos de mi Institución y en mi corazón deseo que mis hijos, cuando ya no esté en este mundo, no me recuerden por mis ausencias cuando salía a navegar en esas largas patrullas, sino en casa junto a ellos.
Hoy miro hacia atrás y aún recuerdo la mano protectora de mi madre tomando la mía. Ahora ya no la tengo a mi lado, pero nunca se me va a olvidar el sabor de ese rico plato de carbonada.
Ernesto Garretón Muñoz
Suboficial Mayor
Centro de Entrenamiento Talcahuano